Cuento
Autor: Juan Patarroyo
Escarcha
Era un domingo lluvioso, triste y melancólico, que no dejaba más que suspiros por planes
cancelados y las miradas tristes en los niños viendo el parque.
El chocolate caliente servido
en la mesa, junto a unas galletas dulces, creaba una atmósfera de tranquilidad y por un
momento todos se sintieron amados, era como si ese aroma los acariciara y arropara. Todos
al final siempre necesitan un abrazo cálido, unos lo buscan en el chocolate, otros en el
alcohol, otros más atrevidos, en el amor.
Tremendo día, pensó Julia, ella misma se cuestionó lo sarcástico que sonaba aquél
pensamiento, sin embargo era sincero, amaba los climas fríos.
La familia se sentó alrededor
de la mesa, una olleta cromada llamaba la atención en particular, -¿será el yelmo del gran
Lancelot, o el cuerpo de un robot astronauta?- pensaba Enrique. Se ganó el apodo de Junior,
por ser la fiel imagen de su padre, un hombre hecho y derecho, de humildes modales y
vehemente trabajo.
Abuelita Tita, ¿tiene algún recuerdo de su madre? – preguntó Julia.
Como si esas palabras hubieran fracturado una fortaleza que protegía un corazón resabiado
y terco, se le escapó una lágrima y dijo ahogadamente: No.
El ambiente se puso tan tenso que en la mesa empezó a llover y todos se fueron por
paraguas. Todos sabían que Tita tenía el poder de controlar el tiempo, incluso Junior y
Felipe sabían cuando lloraba porque aparecían unas nubes azules que se formaban en
algunos lugares de la casa.
Cuando llegó la noche todos estaban resignados en sus camas, Tita pensaba en melodía, se
ordenaban en su mente ideas pentagramadas, cargadas de nostalgia, melancolía y
esperanza. –Quiero ser tu canción desde principio a fin-, -Pero el negro de tus ojos que no
muera-, -Y cuando tus labios besé, conocí la paz-. Exhaló y cerró sus ojos, -¿Por qué,
mamita?-
En su sueño atormentador aparecían los mismos ojos azules, diáfanos faroles que en su
indiferencia no hicieron sino destruirle el corazón… y la vida.
-¡Ayuda, mamita!- Gritaba Tita. Su madre la veía desde la otra cama y el lobo feroz
acechaba a la niña. Sangre, sudor, lágrimas, jadeos y rencor. ¡Mamá, por favor! Ella sólo
observaba, sin parpadear. Fue consumado el sacrificio, Tita fue violada.
La visión se
distorsionó en un río y aquél cuarto torturador desapareció. Cuando la niña se dio cuenta, el
lobo tenía una ruana y tomaba chocolate, -Siéntese a comer, pa’ver si se pone por fin a
trabajar- dijo el rufián. Ella asustada se dio cuenta que aquél cazador era su padre, -Hágale
caso a su taita- Susurró una mujer. Cuando buscó aquella voz dio con los ojos azules de la
noche anterior, eran los de su madre.
Julia, Junior y Felipe se impresionaron cuando no vieron a su abuela en la mecedora, era
una tradición encontrarla todas las mañanas en la silla, quién sabe pensando qué. En su
cuarto no quedaba de ella más que su silueta y unas alas hechas de escarcha azul, aún se
podía imaginar que su cuerpo era de un ángel. –Con razón siempre llovía, mi abuelita no
estaba hecha para este mundo tan malo, ella no pertenecía sino al cielo.- Argumentó Felipe.
Junior no volvió a nombrar a su abuela como Tita, sino como Alicia, porque aquél nombre
significa “verdad”. Para él, Alicia era la muestra del verdadero amor. Los tres nietos
quedaron impresionados cuando en la noche vieron una estrella muy lúcida, -debe ser
Alicia- dijo Junior. Julia y Felipe lo miraron, -Sí, es la abuela, nunca había visto una sonrisa
tan brillante.- concluyó Julia.
- Juan Patarroyo
Me encantó
ResponderBorrarMuchas gracias por tu apoyo 😁
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